Amaneció azul y verde,
y la mañana
se fue tornando morada y amarilla.
Resbaló la luz por el cristal quebrado
de una tarde transparente
y fue pincelando jirones
al abrigo de un farol desamparado.
Amaneció azul y verde,
pero tus ojos no vinieron a buscarme.
Imposible espera.
Desesperado vuelo por seguir tu estela.
La espuma de mis deseos
estalla contra la roca salada de tus anhelos.
El alma se puebla de mil dudas
dispersas, perdidas, afligidas,
casi como pidiendo ser rescatada
del olvido y la desdicha.
Sombras negras que atenazan la cordura.
Plásticos rotos, desolados,
esparcidos por la arena
de un mar sin espesuras.
Apenas brotó la flor de un día,
apenas anunció la primavera,
los hielos del abandono
extendieron su frío manto de ausencias.
Su manto blanco,
blanco, blanco…
apuñalado.
Tú ya no estás y a mí
me pesa este invierno de hormigón y acero
que me deja desarmada
frente al muro infernal de tu veneno.
Ya no somos dos.
Hemos dejado de mirarnos a la cara
envueltos en silencios y reproches,
fingiendo una fachada que no existe
y que hunde sus cimientos en el agua.
Ya no somos dos:
vendaremos las heridas con distancia
y dejaremos que el viento nos desgarre
hasta olvidar la furia y la nostalgia.
Pasarán los diecinueve días.
Pasarán las quinientas noches,
y otra vez el sol nos hará libres.
Volveré la espalda a los lamentos
y saldré a buscar nuevos amores:
nuevas aguas sin recelos ni fronteras
que me lleven más allá de las miserias.
Allí, aprenderé a navegar sola
entre barcas, montes y palmeras,
y hundiré mis pies donde los peces
no dejen ya resquicio a la tristeza.