Dicen que las sombras engañan.
Que son puro sueño del que,
encerrado en la cueva,
sólo ve vagos destellos.
Dicen que el agua es incolora.
Que sus verdes, sus azules,
no son más que tenues reflejos
del inalcanzable cielo.
Dicen que el cielo no existe;
que no van allí los que se fueron
y que no es más que el cristal partido
de unas luces en el techo.
Y dicen que todo es redondo
azul, lejano, intenso…
y allá al fondo una ventana
por la que escapar sin miedo.
Construimos edificios
que al soplar se desintegran
como un diente de león
al llegar la primavera.
Soñamos mundos mejores
ocultando las ramas secas
tras los pétalos gigantes
de falsas flores de tela.
Y buscamos una salida,
una puerta entre las nubes,
un rastro de luz que nos meza
sobre papeles de seda,
desdibujando los estratos
de las piedras de la vida,
y las rocas carcomidas
por el viento y la desidia.
Será que ahora todo se enreda,
que todo se arruga y se pliega.
Será que ya no somos capaces
de abandonar la tristeza,
y hundidas en la maraña
de estos silencios de cuerda
olvidamos que un día fuimos
aliento, coraje… fuerza.
Dicen que el tiempo no existe
que la distancia es eterna
y que viajamos por la vida
sin seguro y sin licencia.
Dicen que no está de moda
hacer caso de las viejas
y conservar los encajes
del recuerdo en una cesta.
Pero nosotras ya fuimos
en busca de una quimera.
Ya alimentamos el brillo
de nuestras grandes vidrieras
y vislumbramos las torres
que se alzaban a lo lejos
como siluetas altivas
incitándonos al juego.
Ya hemos visto muchos mares
atenazados con piedras
y puentes que nunca dicen
el destino que te espera.
Ya nos hemos asomado
al cristal de la experiencia,
y nunca su ojo acechante
nos hizo sentir pequeñas.
Porque pequeño es el día
y pequeña la ventana
por la que nacemos al mundo
al despertar cada mañana.
Pero grande es el camino
por el que ruedan los sueños
y grande la maleta,
el caminar y el sombrero.
Sí. Llegó el tiempo de mirar alto:
escalar el mástil palmo a palmo,
izar la bandera de los empeños
y subir a las nubes con ojos nuevos.
Saquemos el vino y hagamos
hechizos y sortilegios.
Seamos brujas de la noche,
de la libertad, del deseo.
Y cuando el aire se filtre
por los círculos del miedo;
cuando las negras palabras
hieran el blanco eterno…
cantemos en aquelarre
como hermanas de sangre
a las que la vida ha soldado
con alma, osadía y hierro.
Que allá donde hubo sequía,
brotará un árbol de nuevo.
Donde una sombra, una cueva
donde una ventana, un reflejo
donde un cielo, una esperanza
donde una hoja, un silencio
donde la distancia, el tiempo
y donde un encaje….
el recuerdo.